El hijo del narcotraficante más peligroso de la historia ha tenido una vida de película. Ha gozado de riqueza, de lujos estrafalarios, pero ha tenido que cambiar de identidad y vivir por años escondido o huyendo. Todo esto por culpa de un padre que hizo del crimen una forma de vida.

La suya fue una cuna de oro, pero de oro blanco, como le dicen a la cocaína en el mercado de las mafias. Y es que no todos los días se nace en una familia con tanto poder y dinero y a la vez rodeado de tanta maldad. Se dice que Pablo Escobar Gaviria, su papá, ese hombre al que este hijo recuerda con tanto amor y que le cantaba canciones del Topo Gigio para ir a dormir, es el responsable de la muerte de 10 mil personas. Allí, en ese ambiente, con zoológico de verdad, con un hipopótamo como mascota y cumpleaños apoteósicos creció el primogénito del narcotraficante más grande de la historia. Los lujos y las excentricidades sin embargo, duraron poco y a los 7 años tuvo que empezar a huir. Su padre, Pablo Escobar, era buscado por policías, por carteles enemigos y por la DEA y a él, a su hermana y a su madre no les quedó otra que escapar. El problema fue que nadie los quería recibir. Ningún país, salvo Argentina, donde Sebastián volvió a nacer. Allí se casó con su novia –tres años mayor–, quien también escapó con ellos desde Colombia, cambió el nombre de Juan Pablo por Sebastián y el apellido Escobar por Marroquín. “Estábamos en caída, perseguidos por todos lados, la muerte nos pisaba los talones”, recuerda.
 

En Buenos Aires vive hoy junto a su familia, su mujer y su hijo. Allí trabaja como arquitecto, da clases y de vez en cuando viaja dando charlas. Hace dos años participó en la realización de un documental llamado “Los pecados de mi padre”, donde Sebastián se reunió con los hijos de las víctimas más famosas de su papá para pedirles perdón. “Fue como dar un gran paso para construir la paz”, reflexiona.
 

Hace unos meses, creó la marca Escobar Henao que se dedica a la fabricación de exclusivas prendas de vestir. El detalle de éstas es no sólo su gran calidad, sino que todas tienen alusiones directas a documentos inéditos del ex jefe del cartel de Medellín y a la vez un mensaje para la reflexión. Cada frase está escrita con la letra original de Escobar.
Controvertido, de buenas maneras y muy sereno, el “hijo pacifista”, como lo llamaba Escobar Gaviria, conversó con nosotros mientras promocionaba sus productos.
 

Pablo Escobar murió en 1993 de tres disparos que le dio la policía cuando escapaba por los techos en Medellín. Minutos antes había colgado con su hijo a quien intentó dictarle las palabras que este muchacho de 14 años debería repetir a la prensa. Sebastián recuerda como si fuera hoy los dos minutos y 20 segundos que duró ese último contacto: “Cuando lo mataron estaba hablando conmigo por teléfono. ‘Ahorita te llamo’, me dijo. A los diez minutos me llamó una periodista para decirme si yo sabía que habían matado a mi padre. Eso se vio en el documental ‘Pecados de mi padre’, cuando –con la violencia que había aprendido– le contesté a la periodista que iba a vengar la muerte de mi padre. No cumplí ni cumpliré jamás esa promesa. Tengo un pequeño hijo en casa a quien amo con toda mi alma y a quien jamás le dejaría un legado de violencia como el que me dejó mi padre”.
 

¿Cómo se hizo de nuevo?
Tuvimos que tomar decisiones. O me volvía el mejor de todos, o me volvía el peor.
 

¿Existió esa posibilidad?
Existe todos los días de la vida. A nadie le impiden convertirse en ladrón de bancos, por ejemplo. En esto del narcotráfico ocurre lo mismo.
Pero por ser el hijo de Escobar es mucho más lógico pensar en convertirse en su “heredero”.
Sin duda que era más fácil. La tentación es algo que siempre está presente. Por eso, insisto en que el ejercicio de la paz es una actitud cotidiana por la que uno debe trabajar siempre.
 

La pregunta apunta a que usted perfectamente podría haber sido un criminal. ¿Quién le dio la matriz para actuar distinto?
Aún cuando estaba vivo, yo fui un gran crítico de mi padre. No me gustaba nada de lo que estaba ocurriendo. La violencia que llegaba a nosotros no era por televisión. En Colombia la era del narcoterrorismo empezó cuando pusieron el primer coche bomba de la historia en nuestra casa. No en una cueva de bandidos, sino donde vivía su hijita de un año, yo de 10, y mi mamá que no llegaba a los 30. Nosotros fuimos sus primeras víctimas. No fue que mi padre inauguró el sistema. El no fue un loco que se levantó un día y dijo: “Vamos a poner bombas”. Por supuesto que mi padre, que era feroz, reaccionó de manera muy violenta y en represalia ordenó 200 atentados terroristas. Mi papá vio cómo casi volamos por los aires. De manera tal que siempre ha habido excusas para la violencia. Yo soy un pacifista y no justifico la violencia en ninguna de sus formas. No se puede entrar en el círculo de la violencia porque ésta siempre termina destruyéndote, como pasó con mi padre a los 44 años.

¿En qué se parece a su padre?
En más de la cuenta. En pensamientos, en muchas posturas corporales, en posturas en la cama mientras veo televisión…
 

¿Y en el carácter?
Aprendí mucho de mis errores. Los cinco segundos que duró la amenaza que lancé al aire cuando mataron a mi padre, me costaron 20 años de exilio. Entonces aprendí a pensar mucho antes de decir y antes de hacer. De manera tal que soy menos pasional que mi padre. No quiero cargarme mochilas más pesadas de las que ya me ha tocado llevar. Soy un poco más tranquilo en todo.
 

¿Eso es un proceso que trabajó con un siquiatra?
No, no hay siquiatra. Si los siquiatras argentinos conocieran mi historia, enloquecerían. Pero verdaderamente no tuvimos la oportunidad de hacerlo.
 

¿Sigue pensando que lo pueden matar? ¿Tiene o heredó cuentas pendientes de su padre?
No tengo cuentas pendientes con nadie. Las cuentas pendientes son las que heredamos de aquellos que no tienen la capacidad de reconocernos como individuos y juzgan a la familia entera por los actos de un solo hombre. Eso es injusto. El hecho de que yo sea hijo de Pablo Escobar no me convierte en Pablo Escobar.
 

Podría pensarse que heredó los problemas, pero también los dineros de su padre…
No. No tenemos deudas con nadie. Así es que si me matan no será por dinero, sino por otra cosa. Te lo dice alguien que viene viviendo 20 años de horas extras.
 

¿Así siente que vive?
Todos los días de mi vida son prestados. Pero no me levanto a llorar.
 

¿Nunca se rebeló?
No. Si hubiese tenido una rebelión ya habría salido en las noticias.
 

¿Se acostumbró a que lo llamen Sebastián?
Nos tuvimos que acostumbrar. Si no nos acostumbrábamos poníamos en riesgo nuestra seguridad. Llegar a un aeropuerto y titubear ante la pregunta de cómo te llamas no es posible. O si vas entre la multitud y alguien te grita ‘Juan Pablo’, yo no puedo darme vuelta, porque ahí es donde me matan.
 

¿Cómo se lleva ese ADN?
Con mucho amor y respeto. Sé que mi padre hizo daño a muchas familias, a muchas generaciones, pero antes que nada es mi padre. El fue el mejor de los padres, un hombre amoroso, querido. Y a mi hijo le voy a contar toda la verdad. Yo aprendí eso de mi padre. A decir todo frontalmente y con la verdad absoluta.
 

¿Cómo nació la idea de vender ropa con la imagen de su padre?
La idea de la ropa me venía dando vueltas hace tiempo hasta que decidí que era un vehículo de comunicación para contar la historia familiar, pero además para transmitir mi visión crítica y a la vez invitando a otros jóvenes a que no repitan lo que hizo mi padre. Por eso en las prendas estampamos una serie de documentos inéditos de mi padre que sobrevivieron al paso del tiempo, a la guerra.
 

¿No es contradictorio usar la marca de un criminal como su padre para vender objetos y a la vez transmitir mensajes de paz?
Sé que es controversial. La idea era ésa, que esto se convirtiera en una columna textil de opinión. Desde ese lugar transmito mi experiencia de vida: yo fui el único adolescente de la época que tuvo verdaderamente la posibilidad de convertirse en un Pablo Escobar 2.0. Fui el primero que decidió no seguir los pasos de mi padre, más allá de que era una figura mítica en nuestro país y hoy en el mundo sobre la cual se han construido muchas historias. Por eso, cada vez que tengo oportunidad invito a los jóvenes a que no lo imiten.
 

Cuando realizó el documental “Los pecados de mi padre” se juntó a pedirle perdón a los hijos del ex candidato presidencial Luis Carlos Galán y de Rodrigo Lara Bonilla, lo que fue bien visto por la gente. Ahora hay quienes no se explican que después de algo tan consistente, usted “lucre” con la imagen de Pablo Escobar.
Todo depende del enfoque que se le quiera dar. En Escobar Henao fabricamos todo en Colombia y damos trabajo a gente y jóvenes que podrían estar dedicados a la droga o a la violencia. No comercializamos ninguna prenda en Colombia, así es que no lucramos con el dolor de las víctimas y desde ese lugar, además, hacemos donaciones para contribuir a programas de cultura y de arte. Intentamos ayudar a algunas ONG, pero no aceptaron nuestra ayuda. Fuimos discriminados. Pero así y todo nos acercamos a la comuna más peligrosa de Medellín, que es la comuna 13 donde la policía no podía ingresar y a los mejores alumnos del lugar les regalamos computadoras para fomentar su proceso educativo. De manera tal que todo depende del enfoque que le quieras dar. Yo ya tuve la experiencia de ser millonario, así es que no estoy buscando serlo por segunda vez.
 

Pero era muy chico para disfrutarlo…
No importa. Yo ya entendí que el valor del dinero es relativo. A mí no me interesa eso. Escobar Henao es la única empresa en el mundo que busca lucrar con su imagen y, como familiar, soy quien más derecho tengo de hacerlo. Pero, sin embargo, lo hacemos con responsabilidad social.

¿No es apología del delito?
No. Absolutamente no. Además, tengo una visión autocrítica de la historia. Lo que yo busco es inspirar a las generaciones para que no repitan esa historia. La historia hay que conocerla, no ocultarla. El problema es cuando se aplica o se cuenta de manera equivocada, cuando le aplican glamour a una historia de violencia, como es la historia de mi padre.
 

¿Eso es lo que pasa con “El Patrón del Mal”?
Claro. Está mal planteada. Se les está pasando un mal mensaje a los jóvenes. Porque se les dice que ser un mafioso malo es lo mejor que les puede pasar en sus vidas. La serie está mal educando a la sociedad. Está mal inspirando a los jóvenes y está mal informando. Es una historia que no tiene nada que ver. Mi padre no era así.
 

¿En qué sentido?
En todos. Sus productores nunca nos llamaron. Yo no vivo oculto. Marcaron un fuerte deseo de manipular y controlar la historia con fines políticos y electorales. Pablo Escobar hoy es un gran negocio y como tal muchos quieren participar en él y creen que la familia es la que menos derecho tiene de hacerlo.
 

¿Qué cosas concretas le parecen mal enfocadas?
Suelo no entrar en muchos detalles por la sencilla razón de que yo fui quien vivió esa historia. Ninguno está aquí para contarme cómo fue. Nadie en esa serie me puede decir cómo viví yo esa vida. Ni quién fue Pablo Escobar. Yo fui el mejor amigo de Pablo Escobar, yo lo conocí mejor que nadie y esa serie no hace honor a la verdad.
 

¿Su problema con la serie es por ejemplo que de alguna manera se omite la real complicidad de la clase política con la droga?
Si hubiera actuado solo, ¿podría haberse dado el lujo de montar una aseguradora de riesgo que garantizaba el ciento por ciento en las operaciones de narcotráfico en el planeta? Para llegar a amasar una fortuna y poder tan grandes se requiere de una corrupción absolutamente idéntica.
 

¿Y usted estaría dispuesto a dar ese salto y salir a denunciar con nombre y apellido eso, en circunstancias que le ha llevado tantos años recuperar la paz y algo de “normalidad”?
Yo no soy fiscal de Colombia ni es mi función acusar a nadie. Mi función es reflexionar, invitar a pensar y decirle a la gente que no se deje engañar por este tipo de proyectos que utilizan sin autorización el nombre de nuestro padre y nuestra historia íntima y familiar. Y de nosotros sólo se acuerdan cuando nos quieren meter a la cárcel. De tal manera que creo que no se está aportando cosas positivas a la historia. Cualquiera supondría que si una historia está escrita por las víctimas, su victimario no quedaría como un héroe, pero es difícil que la gente quede con una percepción distinta a ésa.

¿Qué le pasa a usted cuando en la serie ve a ese niñito de 7 años al lado de ese padre que ya no está?
Primero que nada debo decir que eligieron a un actor muy feo (bromea). Yo conocí a un padre muy diferente. Mi papá era un padre muy amoroso, muy frontal en todas sus acciones, no ocultaba ni su profesión ni sus actos. Me hablaba con total frialdad acerca de ellos, acorde con la edad que yo tenía. A medida que crecía, me fui volviendo crítico de su historia y personalmente muchas veces pude decirle que no estaba de acuerdo con su violencia y creo que eso de alguna manera terminó forzando su entrega a las autoridades.

 

Por: Verónica Foxley / Fotos: Ronny Belmar