Esta columna comienza en una conversación bastante intensa con mi marido, que se produce con la televisión prendida. En medio de la discusión logro apreciar que ambos evadíamos mirarnos a los ojos y nos “metíamos” en la televisión para no enfrentar la comunicación de tipo más directo.

Por: Pilar Sordo

Después empiezo a observar mucha gente en los restaurants donde casi todos miraban sus celulares cada cierto tiempo; la dificultad para mirarse a los ojos era notoria y repetitiva.

Estamos en momentos de gran desconfianza en distintos niveles y el no mirarnos a los ojos disminuye toda la capacidad de poder establecer un contacto íntimo y confiable con los otros. Comentario aparte es lo que pasa con los niños a quienes estamos educando sin ninguna capacidad de mirarse a los ojos, donde de verdad la tecnología les estaría impidiendo, o por lo menos dificultando, la expresión emocional y el desarrollo de algo que me parece fundamental: la intuición.

El mirarnos a los ojos tiene que ver con la necesidad de descubrirnos y de descubrir al otro a través de la mirada. Requiere de valentía y coraje permitir que el otro me mire a los ojos y pueda descubrir lo que me pasa dentro, sin máscaras.

Revela honestidad, transparencia y cierto desafío encontrarse con el otro a través de la mirada y esto permite al cuerpo desarrollar la intuición que me informa si puedo confiar o no en la persona que tengo al frente.

Entre los anteojos y la tecnología perdemos cada vez con mayor frecuencia el contacto con el otro, donde debiéramos ejercer la voluntad de apagar las pantallas para conversar y entrenar a nuestros hijos en el hábito de mirar a los ojos desde pequeños.

Mirar a los ojos genera confianza, credibilidad y desarrolla de mejor forma la conexión con el mundo interno y la capacidad de intuición, por lo tanto creo que es algo que habría que desarrollar y volver a estimular en lo cotidiano.

Quiero invitarlos a preguntarse primero cuánto se están mirando a los ojos dentro de su familia y cuánto lo hacen dentro de su trabajo. ¿Cuánto les cuesta permitir que alguien les mire a los ojos y entre en profundidad dentro de ustedes o si les genera nervio o incomodidad que lo hagan.

Dicen que la mirada es el reflejo del alma, creo de verdad que si la mostráramos más, podríamos ser capaces de darnos cuenta de la bondad que hay en los otros y de la que yo también soy capaz de mostrar.

Después de observar cuanto nos miramos a los ojos, los invito a hacer el ejercicio de practicar voluntariamente y permitir que también lo haga el otro. A lo mejor descubrimos cosas de nosotros y también de las personas que tenemos al lado.

Devolver la mirada y permitir que el otro nos mire es un acto pequeño pero importante para volver a recuperar la confianza y sobre todo darnos el espacio de confiar en el mundo interior del ser humano.