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El Papa Francisco, primer pontífice latinoamericano y Jesuíta, falleció a los 88 años. Su elección en marzo de 2013 marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia, no solo por su origen argentino —nacido como Jorge Mario Bergoglio—, sino por la sencillez, humildad y cercanía con la que condujo su pontificado. Eligió el nombre Francisco en honor a San Francisco de Asís, reflejando su deseo de una Iglesia pobre para los pobres.
La última vez que se le vio en público fue durante la bendición del Domingo de Resurrección, desde el balcón de la Basílica de San Pedro. Tras sus palabras, saludó a los fieles en la Plaza de San Pedro desde el papamóvil, acompañado por los aplausos y oraciones de más de 50.000 personas.
Su fallecimiento, aunque doloroso, no fue inesperado. Durante los últimos meses, su salud se había deteriorado notablemente. Fue internado por una neumonía bilateral y otras complicaciones respiratorias, lo que llevó a la comunidad católica mundial a unirse en oración ferviente por su recuperación.
Francisco será recordado como un pastor cercano al pueblo, comprometido con el Evangelio y con una profunda vocación de servicio. A lo largo de su pontificado, promovió el diálogo interreligioso, siendo protagonista de encuentros históricos con líderes del judaísmo, el islam y otras religiones. También visitó países con escasa presencia católica, llevando el mensaje de Cristo a todos los rincones del mundo.
Fue un Papa que supo mirar con misericordia las realidades del mundo actual. Sus palabras “¿Quién soy yo para juzgar?” se convirtieron en símbolo de una Iglesia que, sin renunciar a la doctrina, busca acoger, acompañar y bendecir con amor. El Papa Francisco deja un legado de esperanza, de transformación y de fe viva. Su vida y servicio sembraron caminos para una Iglesia más abierta, cercana y misericordiosa.