En el camino de la maternidad, todo y nada está escrito. Como si se tratara de un tejido mítico, la ruta a seguir se hace y se deshace cada día con mucho instinto y emocionalidad. La receta de la crianza perfecta es única y cada madre la tiene: se la crea con el corazón pues solo él sabe a dónde se quiere llegar…

Por: María José Troya Cruz. Fotos: Soledad Rosales

Entre los horarios apretados de su agenda profesional y personal y, en medio de los apagones eléctricos que colapsan cualquier intento de planificar una agenda, logramos este espacio con Estéfani mientras estaba de visita corta en Quito. 

Lleva tantos años sumergida en entrevistas, luces y flashes que resulta muy fácil crear la atmósfera para la sesión fotográfica. Sin embargo, nuestro principal motivo de encuentro era hablar de la maternidad, y de todo lo que esto conlleva:  amor, vida, entrega y todas esas cosas maravillosas inherentes a ser madre, y de aquellas que inevitablemente rompen el corazón.

A sus 38 años, ella es con seguridad uno de los personajes periodísticos más reconocidos y respetados del país. Su claridad y excelencia siempre la han destacado y, desde hace algunos años atrás, decidió embarcarse en un proyecto de vida que fue adquiriendo fondo y forma hasta convertirse en una plataforma sólida dirigida al bienestar mental. La academia En busca de sentido nació para compartir con sus seguidores aquello que ella tanto anhelaba: algo más para su corazón, algo más para vivir en plenitud, ese algo que no tiene nombre, pero cuando llega a la vida se sabe que es fundamental para encontrar un propósito mayor. Desde ahí, y de la mano de reconocidos expertos internacionales, se ha ido formando y compartiendo valiosas lecciones -y conocimiento- sobre las emociones, la psicología humana, las herramientas necesarias para una vida equilibrada y, claro, una vida con sentido. Sin embargo, según cuenta, ese llamado a crear ‘algo más’ -fuera de su demandante trabajo en el noticieron local-, era parte del recorrido que, sin ni siquiera sospecharlo, la preparaba para uno de los momentos más desafiantes de su vida, a todo nivel.   

¿Cómo ha sido para ti la maternidad con tus tres hijos? 

La maternidad ha sido mi maestría de vida. Mi mayor adversidad y mi mayor felicidad. La maternidad, como escuela de vida, transforma a una mujer y le da un propósito y sentido de vida desde muchos aspectos. Es uno de los capítulos más bonitos para vivir porque está lleno de sorpresas, de desafíos, de retos, de miedos y de alegrías, pero también de milagros para los que nunca nadie nos ha preparado jamás.  Cuando llegamos a eso, nos hacemos maestras de vida. 

¿Sientes que ha habido muchos cambios -desde que fuiste madre por primera vez- en cómo se percibe la maternidad? Con tantas redes, con tanta exposición mediática…

El efecto y resultado es, como en todo, que se ha democratizado el acceso a otras realidades y a la posibilidad de divulgar las vivencias personales de las madres en sus distintas etapas. La maternidad es lo que es, desde siempre. Pero claro, las redes permiten que cada una pueda contar su historia personal y las de sus hijos. Ahora se comparte -lo que antes solo se hacía con el círculo más íntimo de amigas- con  millones de mujeres sobre modelos de crianza con las que puedes empatar y eso hace que se pueda encontrar convivencia virtual desde cualquier lugar del mundo. Eso nos ayuda, de alguna manera, en este camino en el que nadie nos enseña más que la vida misma.  

Desde tu espacio En busca de Sentido compartes herramientas para el bienestar emocional. Pero, desde el otro lado, ¿te sientes contenida y ‘protegida’ por aquellas personas que están del otro lado de la pantalla?

Sí, claro. Y desde muchos otros lugares. Primero desde el lado de la educación emocional el que yo pueda compartir esas herramientas y temas de crianza -que empezaron con un pequeño segmento en mis redes sociales que se llamaban Crecer- pude conectar con muchísimas mujeres que también pasaban por lo mismo. Eso lo hice porque acababa de ser madre de Felipe, mi primer hijo, y habían cosas para las que no estaba preparada para gestionarlas y empecé a entrenarme. Ese proceso fue retador porque uno puede opinar sobre la maternidad, pero ningun proceso es igual y ningún niño es igual a otro. Ahí entonces empecé a formarme. Ahora, la vida me ha hecho conectar con madres que viven la adversidad y entonces, aunque soy yo la que difunde el contenido de cómo sobrellevar y compartir la adversidad como madre, hay un piso en común para todas nosotras. 

Y es que, para criar un hijo se necesita de la comunidad… 

Así es. Tengo madres que me han dicho: “Estefi, estuve a punto de tomar una mala decisión y veo cómo usted intenta manejar la adversidad en su vida y me ha motivado a pensar que yo también puedo hacerlo…”, entre otros mensajes que se dicen rápido, pero que significan tanto en el impacto que podemos generar en comunidad con otras mujeres y madres cuando nuestras propias experiencias (no nuestros éxitos) sino nuestros fracasos, debilidades y dolores pueden servir también para acompañar y guiar. Cuando fundé la academia -antes de conocer la adversidad- lo hice con la intención que compartamos herramientas para vivir mejor…

¿Qué has aprendido en todos estos procesos de maternidad y después del diagnóstico de tu hija?

He aprendido después de ser mamá de cuatro niños – el primero que vivió en mi vientre, luego Felipe, que hoy tiene 8 años, Joaquín que tiene 6 y Emilia de tres- que cada uno llega con su bendición, con su reto, con su alegría propia y que cada uno es una montaña diferente. La gente puede ver a Emilia como mi mayor montaña, pero sé que cada una de ‘esas montañas’ tiene su gracia, su paisaje ¡y nos da tanto miedo tan solo pensar en subirlas!. Sin embargo, todos vamos a librar batallas con los hijos. Yo estoy consciente que después de unos años me tocará otra y otra y, tal vez, quien me lee dirá “qué suerte que no tengo que librar esas batallas”, pero luego, seguramente, llegarán esos momentos porque así es la vida. No hay absolutamente nada malo en eso. La vida nos pone retos, unos más grandes que otros, pero la maternidad me ha hecho saber que la montaña trae esos paisajes tan únicos y maravillosos que nunca los hubiera visto si no la hubiera subido. Eso es una gracia, un milagro y una forma de vivir. 

Sin embargo, con los hijos y las obligaciones propias de la familia, hay momentos agobiantes e incluso, de cansancio tan natural como extremo…

Por supuesto. El gozo de la maternidad, que viene con tantas dosis de transformación, ha hecho que aprendamos a vivir de distintas maneras: intentamos,  colapsamos, intentamos, colapsamos. Y como tú dices, el agotamiento es parte de esto y es muy real. A mi me pasó. Yo era una madre workaholic, porque amo trabajar, porque el periodismo es mi pasión y para mi esa era la vida. Hasta que llegó la maternidad y ese esquema se rompió; y eso le sucede a muchas mujeres que se dan cuenta que, en efecto, no somos SuperWoman, no somos multitask, sino que eso es lo que nos han vendido desde hace muchos años. Lo que pasa es que la vida nos hace que seamos chofer, enfermera, niñera, madre, esposa, entre tantas otras facetas ¡y lo hacemos todo!. Somos guerreras que nos acoplamos a lo que toca y ¡claro que somos diferentes al hombre!, pero no por eso podemos con todo. Eso nos lo contaron y nos lo creímos al punto de que, cuando evidentemente no podemos con todo, nos rompemos. Esa teoría de superwoman le ha hecho mucho daño al rol de la mujer. Yo aprendí, en la maternidad justamente, a escoger mis batallas. A no ser siempre la mejor en tal o cual situación. Descubrí que soltar es súper lindo. A las madres nos toca aprender a  hacerlo, que no es lo mismo que rendirse, porque hay mucho peso y juzgamiento a nuestro rol. 

¿Has sentido culpa en algún momento en el que no has ‘podido’ con algo en tu rol de madre?

Creo que uno de los peores enemigos de la mujer y, sobre todo en la maternidad, es la culpa y el autoboicot. Esos dos factores juegan con nuestra mente: ‘no soy lo suficientemente madre o no estoy siendo lo suficientemente trabajadora’. Y, si bien hay mucha teoría de que “ya no es así porque los tiempos cambiaron”, a la hora de la hora de aterrizar en ‘modo empresa’ eso todavía está mal visto. Se necesita un cambio de mirada sobre la conciliación real del aspecto familia-trabajo. Sin embargo, la culpa es nuestro peor enemigo. Somos muy juzgadas por la sociedad y por las mismas madres. 

¿Cómo concilias eso?

El saber que el papá puede hacer esas mismas cosas que la mamá deja de hacer. No es fácil trabajar en la conciliación real porque la madre dice ‘donde yo suelto, nadie reemplaza’. Pero es que cuando alguien ‘suelta’ alguien debería asumir, ese es mi caso y tengo paz mental con las cosas que puedo hacer y con aquellas que no. Normalizar la conciliación viene de la necesidad de saber que los roles del padre y la madre en la etapa de crianza son normales y reales para una familia. Sí, hay cosas que hace la madre que son irremplazables, pero hay otros que se deben conciliar y deben hablarse y hacerse.

 La maternidad, como la entendemos y la vivimos, tiene sus matices. Con todo lo que haces a diario ¿cómo vives el diagnóstico (síndrome de Rett) de tu hija Emilia?

Lo que me acompaña y cambia la historia de quienes vivimos en adversidad, es que yo no vivo en desesperanza. Normalmente la quieres abrazar cuando recibes la noticia de un diagnóstico, de una enfermedad, de una tragedia, de una pérdida de trabajo, pero en mi caso pesan razones que están fuera de mi control porque siento que a mí me sostienen ‘de allá arriba’. Eso me hace pensar desde una mirada esperanzadora lo que sea que tengamos que vivir. Hay sí, momentos de dolor, claro. Pero he escogido no abrazar al sufrimiento. Convivo con el dolor, pero con mucha felicidad. Hay una lamentable convicción, con la que han querido inundar el mundo, diciendo que la felicidad es la ausencia de dolor y eso le hace mucho daño a la humanidad. El dolor es propio de la esencia de la vida del ser humano, lo que creo que hay que diferenciar es justamente el sufrimiento. Yo escogí -y sigo trabajando en eso- en transformar ese dolor en algo más grande, en un propósito, en un sentido, en algo más esperanzador…

Nos han hecho ‘creer’ que la felicidad es una sola…

Correcto y tiene que ver en cómo miras a la vida. ¿Quién dijo que estamos para quedarnos aquí 80 años y que eso es felicidad?. O que si te quedas 15 es un dolor… ¿quién dijo que no es un regalo el tiempo compartido, el que sea, con alguien a quien tanto amas?. ¿Por qué es dolor que mi hija probablemente viva menos? ¿Por qué es dolor que ella no pueda hacer lo que otros niños pueden hacer? Porque a veces te hacen creer que la felicidad es el niño que habla, pero por qué no puede venir de ese niño que viene para algo más y transformar y cumplir otro rol o que vino, simplemente, a estar.  

Estamos hablando de las mujeres y madres que hacen de todo y tú, con tu trabajo, tus proyectos, la vida familiar y el diagnóstico de Emilia, ¿no te sientes abrumada en ciertos momentos?

Sí, en muchísimos momentos. Pero necesito compartir la historia, encontrar un propósito que vaya más allá de lo que se puede estar viviendo. Y si bien hay días que a una le sobrepasan, hay otros días maravillosos que me demuestran que el camino es correcto.

¿Siempre has sido una mujer de fe?

Sí. Creo que viene de mi abuela. Yo he obtenido respuestas y guía del Santísimo. Y si bien tengo los pies en la tierra, mi mirada está allá ‘arriba’.

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