La equidad y los derechos es algo que nos mueve todo el tiempo, pero también los anhelos, la maternidad, la vida. Las mujeres somos un abanico emocional, a la vez multicolor y afectivo; somos el diálogo de ida y vuelta entre el sentido práctico y los sueños, entre el trabajo enfocado y la habilidad, que ni nosotras entendemos, de hacer varias cosas a la vez. Aquí un paseo a paso firme, y a la vez cadencioso, por aquellos temas que nos inquietan.

Por Martha Dubravcic. Fotos: 123RF

1.- ¿Celebrar o no celebrar? ¿Qué hacer con nuestro día?

Mucho se ha hablado de lo que se conmemora cada 8 de marzo, y es la lucha de millones de mujeres para conquistar nuestros derechos. La historia está marcada por un hecho trágico, una huelga de trabajadoras de una fábrica textil en Nueva York, en 1909, que terminó con la muerte de 129 de ellas en un incendio provocado por los dueños de la fábrica. Esos hechos hoy dividen las posiciones en dos: conmemorar vs. celebrar. Y las mujeres que hemos cosechado frutos del sacrificio que hicieron otras un siglo atrás, nos perdemos en el dilema. Sin embargo, cuando hablamos de celebrar no es que pensemos en una fiesta con petardos y flores, pero sí en una exaltación de lo logrado -gracias a tantas otras- en términos de derechos, reconocimiento e igualdad. Porque sin duda las mujeres estamos en una situación mucho más ventajosa respecto a las mujeres de un siglo atrás.

Desde esa lógica, la propuesta es una celebración con reflexión, con conciencia de lo que aún falta por hacer. Y por supuesto, una celebración con gratitud hacia quienes hicieron el doloroso trabajo para que nosotras hoy vivamos mejor que ellas. 

2.- ¿Debe ser la maternidad nuestra mayor realización?

Muchas voces expresan un no rotundo a la maternidad como la máxima realización de la mujer. Sin embargo, preferimos expresar el “no rotundo” a los extremos. Si la maternidad puede ser la máxima realización de la mujer, la respuesta es sí. Si la maternidad debe ser nuestra mayor realización, la respuesta es no. La diferencia está en el carácter opcional o prescriptivo -puede o debe- Si es nuestra voluntad y decisión ¿por qué no? Pero si la maternidad no está en nuestro plan de vida, ¿significaría que jamás de otro modo podríamos realizarnos? La diferencia parece sutil, pero es tan fuerte como definitoria.

Esta diferencia se ancla en la libertad y derechos que tenemos las mujeres y que, aunque tengan asidero legal, muchas veces la sociedad y la familia no los legitiman. Así, hay mujeres que siguen diciendo a otras mujeres que ser madres y formar una familia debe ser su principal misión en la vida; madres que siguen educando a sus hijas para ser mamás y esposas y que, si no lo logran, habrán fracasado. Sería más sano educar y transmitir un mensaje de libertad, de autonomía y de decisiones responsables. Un mensaje que nos lleve a ser protagonistas de nuestras decisiones y a realizar acciones conscientes.

3.- ¿Por qué seguimos ganando menos que los hombres?

En Ecuador las mujeres ganamos en promedio un 20% menos que los hombres. Eso no es todo; según información de Adeco Ecuador, citada por la Cámara de Comercio de Quito, existe más demanda de cargos directivos para el género masculino que para el femenino. “El 60% de cargos gerenciales que demandan nuestros clientes está dirigido para hombres y el 40% para mujeres”. Nos preguntamos por qué el trabajo femenino es menos valorado y seguimos sin encontrar la respuesta. Sin embargo, Ecuador ha dado un paso importante hace pocas semanas y es la vigencia de la Ley Orgánica para la Igualdad Salarial, que obliga a todo empleador público y privado a remunerar de forma igualitaria a todas y todos sus trabajadores sin discriminación de género, por el mismo trabajo realizado o de igual valor. Es prematuro afirmar si empieza a cumplirse o no esta normativa, pero es vital valorar el trabajo y el talento femenino, porque la desvalorización del trabajo de la mujer es algo que se seguirá permeando en la economía mientras no sea algo que tenga raíz en la educación de nuestras sociedades.

4.- ¿Nos permitimos sentir y pedir placer?

¿Cuántas de nosotras nos permitimos una sexualidad libre sintiendo que estamos en igualdad de condiciones?, ¿cuántas de nosotras abandonamos la pasividad y decidimos sobre nuestra sexualidad?, ¿cuántas de nosotras disfrutamos y no somos solo objeto de disfrute? En estas preguntas se abre espacio una más, y es si administramos nuestro propio placer, si nos conocemos en esa dimensión y si podemos pedirlo sin sentir que estamos pasando líneas rojas. En este tema, los estudios nos revelan estadísticas importantes, por ejemplo, que más de la mitad de las mujeres finge tener orgasmos en sus relaciones sexuales, y el 35% lo hace para que su pareja no se sienta mal, según indica Joanna Guillén Varela, en el artículo ¿Para qué fingimos los orgasmos? (cuidateplus.marca.com). El mismo artículo refiere la opinión del sexólogo Jesús Rodríguez: “las relaciones sexuales son para muchas personas una evaluación o examen en el que tienen que sacar buena nota o al menos no suspender. Nos venden modelos de sexualidad muy cinematográficos donde el orgasmo certifica un final feliz al que la mayoría se apuntan aunque sea mentira”. En este sentido su consejo es “observarte, conocerte, explorarte y aprender a ser asertiva sexualmente”. 

5.- ¿Cuán importante es contar con una red de apoyo y contención?

Pareciera que este sí es un aspecto que nos diferencia de los hombres. Las mujeres somos más proclives a buscar apoyo emocional con nuestras amigas; necesitamos de mayor conexión y estamos más dispuestas a escucharnos y apoyarnos. Algunos estudios indican que esta fortaleza llevada al entorno profesional puede transformarse en un valioso recurso para nuestro crecimiento. Desde un punto de vista más técnico, existen estructuras diseñadas para ello. “Las redes de apoyo social son el subsistema que ofrece refuerzo emocional, orientación cognitiva y asistencia práctica, facilitando e impulsando el crecimiento personal, los hábitos saludables y el bienestar” (Litwin, 2020).

En nuestra cotidianidad, las mujeres interactuamos más emocionalmente que los hombres, por eso estamos más abiertas a dar y a recibir apoyo emocional, a compartir y a sintonizar con las inquietudes de otras mujeres. Esto es una ventaja a capitalizar, pues representa un gran impacto en nuestra calidad de vida. La mayoría de nosotras más de una vez ha encontrado soporte en amigas, compañeras o familia, para enfrentar temas de salud, empleo, educación, familia o inestabilidad emocional; y así también hemos sido fuente de fortaleza para otras. Lo cierto es que está en nuestra naturaleza. Por eso las mujeres hacemos comunidad con cierta facilidad, nos resulta natural trabajar por una causa común, nos organizamos y coordinamos efectivamente. Quizás la respuesta es esta: necesitamos mayor conexión emocional y esto, lejos de debilitarnos, nos fortalece.

6.- ¿Conocemos a nuestra pareja?

“Es que nadie te conoce como yo” es una frase tan cliché como errónea. La convivencia con la pareja y el vínculo afectivo parecen otorgarnos esta suerte de derecho de conocerla. En muchos casos sí, hemos dado buen uso a este derecho, pero en otros casos estamos lejos. Conocer a la pareja va más allá de saber sus gustos y sus hábitos, eso es lo que se ve, es la superficie. Conocer a la pareja es llegar a lo más hondo, a descubrir su inquietud, aquello que los expertos en emociones identifican como lo que en el fondo los lleva a hacer lo hacen, a decir lo que dicen y a pensar cómo piensan. ¿Conocemos los temores de nuestra pareja?, ¿sus emociones, sus proyectos a largo plazo? ¿Conocemos su historia, sus heridas de infancia, su origen, sus fracasos y sus miedos? Cuánto hablamos con la pareja y cuánto callamos es una cuestión que hace la diferencia, de qué hablamos y qué cosas callamos, aún más. Esta reflexión es una invitación a ahondar y a no creernos la historia que nos contamos de que “nadie te conoce como yo”, pues tras esa afirmación puede descansar una cómoda y larga modorra. 

7.- ¿Tenemos vida propia? ¿Dónde está?

Por supuesto que todas tenemos vida, pero no siempre es “vida propia”. Nuestra naturaleza de entrega, de ser el motor afectivo de la familia, de ser por excelencia las cuidadoras principales de los hijos, nos ha llevado muchas veces a vivir a través de otros. Ello significa, no solo que nuestros sueños y propósitos quedan postergados a un segundo plano, sino que a veces hasta nos olvidamos de ellos. Llegamos a mimetizar nuestra vida con la de otros a tal punto que las confundimos, y algún día resulta que no tenemos otras actividades que las del colegio de nuestros hijos, no tenemos otras alegrías que no sean las suyas, ni otros sueños que no sean los de la pareja. Muchas recién estarán interiorizando que lo que han estado viviendo quizás es ajeno; por eso la necesidad de pensarnos cada día como autónomas, con ruta propia, capaces de transitar el camino con aciertos y errores, pero jamás con timón prestado. Es vital que nos apropiemos de cada compartimento de nuestra vida: el afectivo, el profesional, el de crecimiento, el de entretenimiento, el de la relación con otros, el de la creatividad… ¡todos son nuestros! 

8.- ¿Qué debemos transmitir a nuestras hijas?

Si nuestra hija alguna vez nos ha dicho “cuando sea grande quiero ser como tú”, seguramente nos llena de emoción porque sabemos que nos admira y que somos un referente. Pero, cuidado, también implica de parte nuestra un compromiso con la mujer que estamos formando, y ser un ejemplo para ellas es una enorme responsabilidad. 

Hacer mujeres libres, fuertes y autónomas no es cuestión de discurso. Tiene que ver con transmitirlo a las niñas desde que nacen y educarlas desde el ejemplo; es un reto maravilloso que tenemos como madres, para que esa fortaleza femenina sea tan natural como su esencia. Una mamá que permite el maltrato físico o emocional estará transmitiendo que esos tipos de violencia son naturales en la relación de pareja, peor aún, si los vincula con el amor. Probablemente esa niña asuma que debe ser sumisa porque mantener la estructura de familia o pareja importa más que la integridad. Otro tema es la confianza en sí misma, una construcción en que las mamás tenemos mucho que ver. El amarse a sí misma es un aprendizaje y algo que se debe reforzar cada día. Así, las niñas aprenderán que la resignación no es una opción; desde pequeñas se sentirán con derecho y capacidad para ir al encuentro con el mundo, para trabajar y trazarse las metas que alcanzarán.

9.- ¿Nos pesan los años? ¿Cómo afrontar el paso del tiempo?

Culturalmente nos han diseñado para pelear contra el tiempo, para intentar detenerlo, porque ello va relacionado con la vitalidad y la juventud, convertidas hoy por hoy, en valores. También nos han diseñado culturalmente para percibirnos con más obligaciones frente al atractivo físico. Muchas lecturas sostienen que, tras aquello, hay un componente de sumisión femenina (pues nuestra belleza es “elegible”), y un componente de rol complaciente (porque nos preocupa gustar al otro). Sin elementos para afirmar o descartar estas posturas, son pocas las mujeres que no prestan atención a su aspecto físico y al impacto que tiene el paso del tiempo. Entonces, quizás debamos preguntarnos en qué lugar estamos paradas cuando sale a la luz nuestro esfuerzo y preocupación por el envejecimiento, si es desde un lugar de certezas, porque a todas nos gustaría envejecer saludablemente y bonitas, o desde un lugar dibujado por la aplastante presión social y del mercado que ha visto en nosotras un nicho para siempre.

10.- ¿Estamos peor o mejor que antes?

Ambas cosas. Hace poco reflexionaba sobre lo duro que es para los hombres sobrellevar la presión sexual y de virilidad, la presión del éxito y del poder económico, en un mundo caótico y demandante. Concluía, casi sin dudar, que las mujeres la tenemos más fácil. Sin embargo, una gran amiga me mostró la otra cara. A su consulta -ella es psicóloga- llegan decenas de mujeres; y la gran mayoría, casi todas, son aportantes principales o en igual proporción que sus parejas, a la economía de sus familias. La gran mayoría, si no todas, trabajan dentro y fuera de casa; ella, sin dudar, sostenía que las mujeres la tenemos más difícil. Por otro lado, dependerá de los contextos y culturas. Es difícil generalizar que todas las sociedades han avanzado en equidad o que todas mantienen aún la brecha gigantesca de género en cuanto a derechos, libertades, roles, etc. Quizás una pregunta pueda ayudar a dilucidar el dilema: ¿siento que tengo una mejor vida que la que tuvo mi madre o mis abuelas? 

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