Naekat Tiwip es un pintor y escultor shuar que dio vida a Tzantza, una muestra de 20 piezas, elaboradas con material reciclable, que es una crítica a un mundo occidental que ha enmudecido y aniquilado las raíces de un pueblo, que se niega a morir en los trazos y caricias de sus manos.

Naekat es pequeño, fornido, piel canela. Viste un jean, camiseta pegada al cuerpo y camisa, ambas negras. Sombrero negro y gafas. Muy moderno, a simple vista, un ‘occidental más’. Pero lo primero que hace en esta conversación es recordar una antigua leyenda de su pueblo de origen, el pueblo shuar. La Tzanza.

La Tzantza, las cabezas reducidas, habla de vencedores y vencidos. En la antigüedad, los grandes guerreros shuar, cuando vencían a otros de igual rango, rebanaban sus cabezas desde la raíz para reducirlas al tamaño de una naranja. Cocían sus bocas, tapaban sus fosas nasales y sus oídos y las colgaban en sus cuellos, en un intento por retener toda la fuerza y los dones de esos grandes hombre, que se traspasarían al cuerpo del vencedor. Mientras más tzantzas más poder.

Es entonces cuando las palabras de Naekat sobre sus esculturas cobran sentido y se entiende esa crítica profunda. “Tzantza habla de cómo la cultura occidental prácticamente arrasó con toda mi cultura. El vencedor nos redujo a un grupo aislado. La política ecuatoriana de los años de la Dictadura Militar, decretó a la Amazonía ´terreno baldío`, de esta manera se ignoraba nuestra presencia ancestral. Nos taparon los ojos, silenciaron nuestra voz para evitar que viéramos como la cultura occidental dilapidaba nuestro territorio, nuestra fuente de vida. La cultura shuar desaparecía para confundirse en el mundanal ruido de la urbe tecnológica. Hicieron todo esto, no para buscar sabiduría como lo hacía mi pueblo, sino para obtener la riqueza de nuestro suelo”.
Él y su cultura se han convertido en una tzantza.

Las instalaciones que hablan

El mundo de Naekat se concentra en una pequeña habitación de dos ambientes en Quito. Sus esculturas y pinturas invaden todos los rincones. Están en silencio, colgadas y reposando en el piso. Salvajes.
Las sensaciones para quienes las admiran son de asombro por su belleza infinita, por su precisión, incluso cuando juegan con originalidad con los materiales reciclables.  Pero también surgen la intimidación, el temor, el horror.
Cuelga una tzantza de cabellos oscuros, rostro desencajado, recreada con fundas plásticas, una gran parte de ellas quemadas para dar forma al rostro. Otra de cara perfectamente moldeada con las fibras de un viejo colchón que encontró en la basura. Más cabezas reducidas  esculpidas en espuma flex, con cientos de sorbetes y soga deshilachada o con decenas de palos de pinchos.

Naekat dice que la recreación de estas cabezas reducidas es un intento por mostrar el horror  y el dolor del acto real. “Cómo sería perder la vida en esa agonía”. Y es que hoy la violencia se naturaliza, un asesinato subido a la red se ve por morbo y también se niega. O a veces la violencia se disfraza y pasa desapercibida. Naekat habla, por ejemplo, del acto simple de manejar un carro en la ciudad, un acto cargado de múltiples violencias: el estrés de manejar, el tráfico, la contaminación, los insultos… 

También está una instalación con llantas de bicicleta. Unos toques de pintura y se convierte en una víbora. “Hablo de las etiquetas sociales. La sociedad actual nos obliga a acoplarnos a ciertas reglas para ser algo que no somos. Mata nuestra libertad. Evitamos la realidad con maquillaje”.

Entonces viene a la mente una de las reflexiones más fuertes del artista: “Los shuar no conocíamos la riqueza, la educación, la pobreza. Cuando llegaron los machetes, los pantalones y los zapatos estos conceptos se hicieron parte de nuestra realidad, conocimos el valor del dinero”. La identidad y todo el bagaje ancestral de un pueblo empezaron a disolverse en lo que algunos llamaron “civilización”.

Los discursos de las obras de Naekat son complejos, hablan de la realidad de su pueblo, pero también de la de un mundo, en donde unos viven y otros mueren para establecer un nuevo orden. “Tarde o temprano ocurre el mestizaje”.

En el limbo

Naekat Tiwip, ambos términos tienen significados profundos desde el mundo shuar. Naekat se refiere a la textura de un árbol con espinas que es difícil de lastimar. Y Tiwip hace alusión al canto de un ave.

Una coincidencia grata que se nota en la historia y personalidad del artista de 38 años, que tuvo que salir de su comunidad desde los 6 años. Descubrió la pasión por la pintura en el convento en el que se crío. De pequeño decía que quería ser cura para agradarles a las monjas, y también pensaba en ser científico. Pero su mano jamás dejó de esculpir imágenes con esfero o lápiz, su canto de artista permaneció en el tiempo.

Ya de adulto descubrió que podía estudiar arte en la universidad y fue ahí donde se encontró con la escultura, una rama que le apasionó aún más por el 3D, por las nuevas posibilidades de vivir una obra que se transforma según los ángulos de la luz, de la perspectiva, según el ambiente. Se vuelve fría, se vuelve caliente. Es real.

La pintura y la escultura han sido sus anclas para permanecer en la selva y seguir cantando. Para seguir recordando, una y otras vez, las leyendas shuar de la boca de su padre, un uwishin, el brujo de la comunidad. Para no olvidar aquellos momentos ‘mágicos’, como cuando su abuela salía a la puerta de su casa en plena selva y gritaba mil y un palabras en shuar para asustar a los espíritus que hacían daño.

El arte ha sido el elixir de vida que no ha dejado morir sus orígenes. Es entonces ese árbol difícil de lastimar, difícil de desenraizar, con una lucha interna incesante de afirmación.

Mientras tanto, su estadía en el limbo, entre los mundos shuar y el occidental, provocan un trabajo artístico sensible, revelador, tremendamente crudo y confrontador.

Las obras de Tzantza de Naekat Tiwip estarán en exposición en la Casa de la Cultura, núcleo Tungurahua, del 5 al 20 de noviembre. Y del 6 al 21 de enero en la Casa de la Cultura en Quito.

Tzantza