Más allá de lo religioso, la fe es lo que ha dado sentido a la existencia. Nos preguntamos, sin embargo, qué ocurre en nuestra mente y en la psiquis al momento de creer en aquello que no se ve. ¿Existen cambios neurológicos en aquellos cerebros creyentes, a diferencia de los no creyentes?

Por Martha Dubravcic. Fotos: 123rf, Getty Images

La costumbre de escuchar que la fe riñe con la ciencia nos ha conducido por caminos inciertos a la hora de interpretar qué ocurre en nuestro cerebro cuando practicamos la fe, no necesariamente desde la perspectiva religiosa. En muchos casos nos seduce la idea de pensar que no ocurre nada pues, per se, fe y ciencia no tienen punto de encuentro; la primera solo requiere del impulso a creer en algo superior y sobrenatural, mientras que la segunda mira solo aquello que, desde el punto de vista científico, es comprobable y válido.

Creer en algo más allá de lo terrenal y natural atraviesa culturas, épocas, generaciones y más. Pareciera que cuando hablamos de fe, en cualquiera de sus dimensiones, es inherente al carácter de humanidad; entonces nos toca o puede tocarnos a cualquiera, a todos. Siendo así, inquieta saber qué pasa en la mente y si esta sufre alteraciones en la medida en que creemos en algo superior o sobrenatural que gobierna nuestro comportamiento.

Cada vez más toma fuerza la idea de que la fe no riñe con la ciencia, así como la tesis de que el pensamiento positivo encuentra su lugar en alguna parte del cerebro y que los efectos son, por decir lo menos, sorprendentes.

EL PUNTO DE ENCUENTRO

Al parecer la materia no es más que energía vibrante, señala Mayra Nogales, médico psiquiatra. “Estructura y función actúan como una unidad, cerebro y fe. Que el pensamiento puede modificar la materia ya es un hecho comprobado por la ciencia. Un experimento realizado a principio de siglo de los dos agujeros a los que se bombardeaba con fotones mostró que cuando intervenía el observador los fotones actuaban como partículas y cuando no intervenía en observador lo hacían como ondas. Esto se conoce como el efecto del observador y tal vez explique el gran impacto que puede tener la oración para cambiar la realidad”.

La medicina ha sido testigo de casos asombrosos en que la fe ha cambiado realidades. La psiquiatra Nogales se refiere a casos en sus pacientes con depresión o ansiedad. “Muchos llegan a la consulta con la idea de que el haber sido diagnosticados de estas patologías los ha condenado a vivir de esa manera y a tomar medicamentos de por vida. Cuando recuperan la fe en sí mismos, en su verdadero ser y su verdadera esencia, cuando experimentan su capacidad de evolucionar en conciencia, solo entonces son capaces de transformar su entorno, de abandonar las situaciones de dolor en las que viven, de resignificar su pasado y sanar sus heridas. Eso solo es posible cuando se tiene fe en uno mismo, en el mundo que nos sostiene y en un misterio superior, cuya inteligencia lo ordena todo y en donde todo tienen un propósito”, señala la profesional. Desde esta lógica, el pensamiento positivo, o la fe, tendrían un lugar importante para incluso re direccionar la realidad.

LA FE Y LOS NEUROTRANSMISORES

Cuando experimentamos pensamientos positivos, liberamos gran cantidad de neurotransmisores. La dopamina es uno de ellos a la que se le atribuye la facultad de generar placer. Otros son la serotonina, la noradrenalina y la melatonina, asociadas al bienestar y equilibrio del estado del ánimo, y al ciclo del sueño. Sin embargo, la psiquiatra indica que “no se ha podido aún explicar funciones humanas superiores como la fe. No se ha encontrado aún la bioquímica de lo ‘divino’. Sin embargo, en estudios funcionales cerebrales de imagen se ha visto que las emociones cambian el funcionamiento cerebral. La fe, en este contexto, viene a ser una capacidad emocional que refleja una ecuanimidad mental, que nos permite mantener estos neurotransmisores en equilibrio”, señala la experta.

“Una persona que tiene fe mantiene el equilibrio en la producción de sus neurotransmisores; mantiene el equilibrio del sistema nervioso simpático y parasimpático”, enfatiza. “La fe es un pensamiento dinámico, conectado a la emoción y la acción. Gurdjieff, filósofo del siglo XIX, describe los tres centros que son nuestros tres dones: centro intelectual, centro emocional y centro motor. La fe es un experimentar a nivel de los tres centros: creer, sentir y accionar”, concluye.

¿ES DIFERENTE EL CEREBRO DE LOS CREYENTES?

Una investigación sobre el cerebro de 20 cristianos devotos, 20 jóvenes sanos (6 hombres y 14 mujeres), de entre 21 y 32 años de edad (theconversation.com) estudió la actividad cerebral durante la oración. En los casos de la oración como una charla improvisada con Dios, es decir sin la formalidad del rezo esructurado, el resultado fue que la activación cerebral fue similar a la que se produce cuando hablamos con un amigo. Es decir algo se transforma en algunas regiones del cerebro, pero aún puede ser una interpretación corta, pues bien podríamos asociar únicamente a la sensación de bienestar que ocurre en nosotros cuando estamos a gusto con un amigo.

Carlos Leiro, en su artículo ¿Qué hace la oración en nuestra mente? (enexclusiva.com), señala que “cientos de investigaciones concluyen que la oración, la meditación y la contemplación nos hacen bien. Y hace referencia al profesor Andrew Newberg que realizó decenas de investigaciones en las que él y su equipo de la Universidad de Pensilvania han estudiado el cerebro de personas mientras rezan: ha encontrado que el cerebro parece remodelarse por la oración; parece ‘agradecerla’ funcionando mejor, recordando mejor los eventos del pasado reciente, bajando los niveles de las hormonas que producen estrés, mejorando la capacidad de atención, y aumentando los neurotransmisores que generan la sensación de serenidad y gozo. Aparentemente, cuando oramos, rezamos o meditamos, nuestros cerebros se renuevan y hasta se hacen más fuertes y grandes. También se ha encontrado que la corteza cerebral de las personas que meditan u oran con frecuencia es más gruesa que la de las que no lo hacen”.

La fe nos relaciona con lo divino, con nuestra naturaleza espiritual. Si existe algún rasgo distintivo de nuestra civilización es que la fe ha desplazado su foco de atención de lo divino a lo tecnológico. Esto probablemente podría explicar el incremento alarmante de cuadros de ansiedad y depresión. Necesitamos creer en la ciencia pero también prestarle más atención a nuestro mundo interior, señala la psiquiatra Mayra Nogales.

Entonces aquellas tesis que mantenían en distancia y oposición a la ciencia de la fe, ahora se ven cuestionadas. Newberg, por ejemplo, no ve razón para no estudiarlas juntas. Precisamente, en el intento de comprender qué ocurre en el cerebro en momentos de profunda espiritualidad, es que aparece como disciplina la neuroteología.

Según Mayra Nogales, la evidencia científica no ha logrado encontrar una región específica del cerebro que explique el fenómeno de la creencia en lo sobrenatural. Sin embargo estructura y función están íntimamente relacionadas, y fenómenos como la inteligencia humana, la fe, el arte, la literatura, el desarrollo científico, entre otras características del fenómeno humano, solo pueden ser posibles gracias a la tremenda complejidad del cerebro. Ella señala que, “no obstante de que el cerebro es la base del pensamiento, aún no se ha logrado encontrar localizaciones específicas para el amor, la solidaridad, la fe religiosa, etc. Y tal vez nunca se logre porque probablemente no exista”.

Así, con posiciones de un lado y del otro, la fe, las creencias, el pensamiento positivo, navegan en el cerebro humano, permeándose entre sus cortezas, buscando su lugar. Y sin saber con certeza dónde y en qué punto específico se encuentran, aparece como certeza el que, por naturaleza humana, todos, sin excepción, habitamos estas dimensiones al transitar por la endeble ruta de la vida

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