Al igual que todos los años, en diciembre el Museo del Carmen Alto exhibirá en su espacio el pesebre que forma parte de su reserva.
Investigación: Michelle Andrade Redacción: Francis Mieles Fotografía: Noralma Suárez y Francis Mieles
En esta ocasión, el Belén Carmelita gira en torno a las sonoridades que se generan alrededor del pesebre, a través de una experiencia auditiva que invita al público a reflexionar sobre las figuras del nacimiento y su relación con diferentes grupos, etnias, memorias, géneros y canciones que forman parte de nuestra cultura popular. El nacimiento de puede visitar desde el 16 de diciembre, hasta febrero de 2023.
La elaboración de belenes se remonta al siglo XIII, cuando San Francisco de Asís inició esta tradición con la finalidad de generar una experiencia mística en los fieles, basada en el Nacimiento de Cristo. En los Andes, la elaboración de pesebres se popularizó a partir de la publicación de la ‘Novena del Niño’, escrita por el padre franciscano Fernando de Jesús Larrea (1700- 1773).
La tradición alcanzó mucha popularidad y su elaboración era bastante heterogénea en relación a su representación en tamaños, estilos, accesorios y escenografía. Los pesebres quiteños por lo general estaban compuestos por representaciones bíblicas, como Adán y Eva, la huida a Egipto, la anunciación, los apóstoles, el bautismo, etc.
El ‘Belén’ o ‘Nacimiento’ del Monasterio del Carmen Alto, es un conjunto escultórico compuesto por casi 300 piezas que corresponden a los siglos XVIII y XIX. En él, existen escenas propias de la vida sacra y escenarios costumbristas coloniales, en los que se destacan personajes que desempeñan diversos oficios y ocupaciones. Entre estas figurillas se encuentran representaciones de músicos indígenas, mestizos, criollos y afrodescendientes, lo que hace suponer que, durante la colonia y buena parte de la República, la época navideña suscitaba más de una sonoridad.
Con este antecedente, en el Belén Carmelita encontraremos representaciones de músicos nativos que tienen instrumentos musicales como pingullos, pero también arpas, rabeles, órganos, violones, flautas, cornetas, bajones, vihuelas, dulzainas y clavicordios, instrumentos que aprendieron a interpretar nuestros indígenas tras la conquista española.
Históricamente, el principal género musical navideño ha sido el ‘villancico’, que, al igual que el Belén, se configuró como expresión popular de la sociedad. Al ser de origen popular, se lo consideró profano y no fue hasta el reinado de Felipe II de España (1527 – 1598) que se consolidó su uso en la liturgia católica. Hoy en día los villancicos se han convertido en un clásico de la cultura popular y gracias a la hibridación cultural propia de la contemporaneidad, podemos disfrutar de canciones como: Dulce Jesús Mío, Ya viene el Niñito, Campanas de Belén y Venid Pastorcillos, de mayor impronta española; así como también composiciones poco conocidas, de fuerte tradición kichwa: Soles claros son, Jesús Jesús, Cay Chiri Tutapi, Jahua Pachamanta, entre otros.
Por su parte, la población afrodescendiente, también representada en el Belén Carmelita, aprendió a tocar instrumentos europeos durante la Colonia, pero la Iglesia católica arremetió contra las sonoridades propias del África, como la marimba, los tambores y la danza. Las prohibiciones y las formas de adoctrinamiento llevaron a que los repertorios y cantos sean excluidos de los oficiales; pero, a pesar de ello la resistencia ejercida por estas comunidades generó la persistencia de sonidos y coplas.
La cosmovisión afro, en lo relativo a la Navidad, incorporó cantos al Niño Dios, denominados arrullos, los cuales son coplas que representan el nacimiento y la infancia de Jesús, que se utilizan, incluso hoy en día, con la intención de dormir a los niños. De esta manera, existen dos tipos de arrullos: a lo humano y a lo divino. Los primeros cánticos se realizan a lo cotidiano y a la naturaleza, mientras que los cantos a lo divino son alabanzas exclusivas a Dios y a los santos de su devoción
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