«¡Alto! No cruces la línea, este es mi espacio”. Ese parece ser el mensaje que muchas mujeres comunican con actitudes, lenguaje corporal o, incluso, explícitamente. ¿Qué hay detrás de ello? ¿Acaso una coraza que esconde inseguridad? ¿o un ánimo de frontal empoderamiento?
Por Martha Dubravcic. Fotos: 123RF
Recuerdo bien aquel episodio; aquellas palabras aún retumban en mi cabeza y aquella escena me produce vergüenza. Hace algunos años, fui a una boda y, para no ir sola, me uní a dos parejas; yo la única soltera y sola del grupo. Los conocía muy poco, por lo tanto intentaba ser simpática y fabricar temas de conversación afines a todos. En ese intento, sin darme cuenta, seguramente conversé por más tiempo y más entretenidamente con Carlos, momentos después hablé con su esposa Daniela y, también en el afán de ser simpática, le hice un comentario positivo sobre su esposo. Su respuesta fue tan categórica como punzante su mirada: tienes razón, Carlos tiene infinidad de virtudes, por eso lo cuido tanto. Inmediatamente salí de escena, tomé el celular fingiendo una llamada, deambulé sola admirando la decoración de la fiesta, hasta que me fui. El mensaje de Daniela había cumplido su objetivo: marcar territorio y alejarme de lo ‘ajeno’, gatillando en mí las emociones del miedo y la vergüenza; ahora veo que ella también sintió miedo.”
Agradezco que esta historia no es mía, es la de una amiga, pero estoy segura de que muchas pasamos por situaciones parecidas y que –si hurgamos en la memoria tenemos historias que contar.
¿Será que las mujeres tenemos un sentido extra, una intuición más aguda, un corazón más perfecto (de ahí las corazonadas) y que percibimos cuando alguien representa una amenaza? Este relato del ámbito personal y de pareja, ocurre también, y con mucha frecuencia, en los espacios sociales y de trabajo.
Proteger aquel lugar que por alguna razón se considera que es nuestro se ha convertido en una consigna para muchas mujeres. El temor a que nos arrebaten lo que poseemos puede convertirse en una fuerza felina para defenderlo.
Aunque a veces estas actitudes se confunden con celos o con privacidad, ser “territorial” tiene sus propias particularidades. Los elementos comunes son defensa, espacio físico, posesión, exclusividad de uso, señales, personalización, identidad, dominación, control, seguridad, vigilancia, por citar los más destacables (Territorialidad en animales y seres humanos (www.ub.edu).
Si se quiere ser más agudo y llegar a un consenso más cerrado sobre los elementos comunes, Gifford (1987) menciona los siguientes: defensa, conducta relacionada con un lugar, y control por parte de un individuo o un grupo (www.ub.edu). Y la definición que propone sobre territorialidad es “un patrón de conductas y actitudes sostenido por un individuo o grupo, basado en el control percibido, intencional o real de un espacio físico definible, objeto o idea y que puede conllevar la ocupación, la defensa, la personalización y la señalización de este”.
Si estas características se las trasladan a las conductas femeninas, ocurre que muchas mujeres enfocan sus comportamientos a ejercer control sobre su espacio físico, sobre sus ideas, sobre un puesto de traba- jo, sobre una persona a quien suelen resguardar celosamente para perpetuar su “posesión”. También está el elemento defensa; las mujeres territoriales suelen estar alertas y siempre listas para proteger lo suyo. Y el elemento lugar tiene que ver con que la mayoría de las veces tanto la amenaza como el control y la defensa se dan en un lugar físico específico, que se llega a delimitar simbólica o explícitamente.
Según la psicóloga y coach Carolina Espinosa, se trata de un comportamiento natural del ser humano y se da tanto en hombres como en mujeres. “Tenemos una necesidad de pertenencia y buscamos cuidar esos espacios. También tiene que ver con la posición que ocupamos, don- de nos ha tocado ‘pelear’ el puesto y desde ahí podríamos tratar de proteger más lo que consideramos nuestro. Desde el vínculo en la pareja, ha sido más aceptada la infidelidad de parte del hombre, y en lo laboral ha habido más preferencia por la contratación masculina. Creo que esto hace que la mujer, de alguna manera, trate de pelear más duro para conservar lo que ha conseguido”, señala ella.
Se puede pensar en dos caminos para interpretar los comportamientos territoriales: el primero, creer que es una conducta legítima de defensa, a veces vista como empoderamiento -y nadie cuestionaría el empoderamiento femenino-; el segundo camino: atribuir el comportamiento a una suerte de inseguridad que desata miedo a que algo vital le pueda ser arrebatado –sea una persona, espacio o trabajo-.
Espinosa dice que es la segunda opción: ella afirma que en estos comportamientos sí hay inseguridad. “Cada caso es diferente, uno se puede encontrar con historias de pérdidas donde la persona busca aferrarse por miedo a volver a perder. En otros casos hay una baja autoestima, por lo que el mantener la relación o el puesto de trabajo es un ‘lugar seguro’ y por lo tanto debe cuidarlo; siempre va a haber un miedo detrás”.
No se sabe a ciencia cierta si lo que mueve a una persona territorial es la idea de perder algo o de perder el control sobre ese algo. Carolina Espinosa es cuidadosa al señalar que va a de- pender del caso. “Hay que pensar que hay un miedo detrás, por lo tanto, el perder a alguien por ejemplo podría estar reafirmando un miedo profundo como el de no ser merecedor de amor. Y lo mismo pasa desde el control, el sentir que lo pierde va a despertar un miedo a fallar y por lo tanto no ser reconocida. Cada caso tiene detrás una historia diferente. Lo que sí hay siempre es miedo”.
“Las mujeres somos fantásticas amigas e insuperables enemigas”. Cuando escuché por primera vez este juicio, me causó incertidumbre y ganas de explorar en qué se fundamenta. Me puse a la tarea de preguntar a algunas mujeres en qué circunstancias se sentían amenazadas y por quién, (no cabía la amenaza física por delincuencia). La mayoría de ellas expresó sentirse amenazada por amigas, conocidas o desconocidas, pero siempre se trataba de otras mujeres. Esto significa que sienten que otra mujer podría arrebatarles su puesto de trabajo, así como quitarles a su pareja; y también desplazarlas en círculos sociales para tomar su lugar.
De ser cierto, ¿dónde queda el sentido de “hermandad” y “lealtad” femeninas así como su instinto de mutuo cuidado? Muchas miradas promueven la actitud colaborativa entre mujeres, la solidaridad entre todas, sin embargo, esta tesis quedaría debilitada si las mujeres decidimos “semaforizar”, por decirlo de algún modo, nuestros espacios laborales, sociales y afectivos.
El problema no es que exista este natural impulso, sino que cuando ocurre en exceso –señala Carolina- se vuelve nocivo para la persona porque le genera sufrimiento y angustia, y afecta en sus relaciones, es decir podría ahuyentar a su pareja, amigos, colegas, etc.”
Si sueles publicar tu estatus afectivo en redes sociales, si eres de las que en una reunión al ver que tu pareja conversa con una mujer, te acercas para inmediatamente conformar un trío en la conversación y haces comentarios o muestras de afecto que dejan claro que se trata de tu pareja, es probable que estés marcando territorio en el espacio de pareja. Todas las anteriores conductas operan como señales simbólicas de un solo mensaje: aléjate, es mío.
Si en el trabajo, ante la llegada de una nueva funcionaria, le haces saber que cuentas con muchos años de experiencia, que tienes el control de varios procesos y que la confianza de los directivos hacia ti es completa, es otra señal. Pero si además de afanar- te en todo eso, te angustias, te preocupas, te pones alerta, quizás estés frente a señales internas de que eres territorial en exceso. Todas las anteriores conductas operan nuevamente como señales del mensaje: aléjate, es mío.
Ocurre algo similar en lo social. Los grupos de amigas suelen configurarse de manera que cada una juega un rol. Entonces ese rol, léase “ese espacio” no puede ser invadido. Si una mujer es la divertida del grupo, que ninguna otra piense en ocupar este lugar. O si alguien es la conciliadora, ese lugar ganado con esfuerzo o por la costumbre, no puede ser de nadie más. También ocurre que si hay dos amigas del alma, nadie puede meterse entre ambas. ¿Qué sucede? En todas las circunstancias, están cuidando lo que creen que les pertenece y, una vez más, toma forma el mensaje: aléjate, es mío.
Se dice que las mujeres somos más territoriales que los hombres. Sin evidencia científica, no podemos asegurar esta sentencia. Sin embargo, la psicóloga Carolina Espinosa señala que las mujeres expresan más y, por lo tanto, puede sentirse como más evidente.
Si hemos detectado que los comportamientos territoriales son excesivos u obsesivos será bueno ir en busca de algunas rutas de salida, que bien puede ser tema de otro artículo.
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